Recorrido macabro

By Silverio Perez

Recorrido macabro

Esperaba en mi carro a que el contable bajara a recoger un documento frente al First Bank en Santurce. Me fijé en un grupo formado por tres deambulantes que discutían, algunas monedas en mano, cerca de uno de esos árboles cuyas raíces reclaman su espacio a las agrietadas aceras de la avenida Ponce de León. La imagen, me golpeó. Cada uno era un crudo retrato de un apabullante deterioro físico y emocional. ¿Cómo llegaron a ese estado? ¿Cómo sobreviven a sus necesidades básicas? ¿Cuánto les cuenta el vicio, si lo tienen? ¿Y cuánto le cuesta el vicio de que me acaba de pasar por el frente en un lamborgini amarillo?

Al desviar la mirada al tráfico vi hombres y mujeres que trabajan en el área que al pasar cerca de los tres jóvenes, sí, son jóvenes, instintivamente los esquivaban, con el cuerpo y las miradas. Todo eso me pasaba atropelladamente por la mente cuando el contable me tocó en el cristal del carro. Le di los documentos y regresé la mirada al lugar donde ya no estaban.

Uno se había ido a una esquina en la que estaba tirado en el suelo, mirada perdida sobre los edificios bancarios, el otro intentaba cruzar la calle entre maldiciones de los conductores, y tercero lo vi más adelante, frente a una librería a la que tantas veces fui a presentaciones de libros y ahora estaba cerrada. Éste conversaba con otro deambulante distinto a los anteriores. Seguí como atolondrado, observando locales cerrados, con graffitis semiborrados, y más deambulantes. Paré de contar cuando ya iba por quince, y no había pasado el cine Metro, también cerrado. De pronto me sentí en una escena de una película de esas del fin del mundo.

Perdí noción de para dónde iba, absorto en la decadencia que me rodeaba. No sé como llegué al viejo San Juan en el que una vez viví. Allí crecieron Carlos, Mariem y Yarí. Eran otros tiempos. No pasaba por allí desde el cierre por la pandemia en marzo. Más deambulantes, más tiendas cerradas, más imágenes apocalípticas.

Cuando regresé a casa, no logré respirar con alivio. Cobrar consciencia de que tu amado país parece derrumbarse en cantos te hace repetir el “I can’t  breathe” que meses antes nos había golpeado la consciencia.

¿Qué hacer? Tal vez, desarrollar empatía con eso seres humanos que como zombies siguen poblando nuestras aceras. O quizás quitarse la mascarilla de los ojos y permitir que esa dura realidad nos golpee. También, preguntarse qué puedo hacer, y seguirse haciendo la pregunta hasta que aparezcan respuestas.

Y si nada funciona, escribir, denunciar, cantar, gritar, votar, protestar, conspirar, lo que sea, todo menos quedarnos inmunes a lo que nos rodea.

P.D. Gracias por leerme. Aprovecha y da un recorrido por mi página y por los libros que he escrito. 



7 comments

  • Ay Silverio. como ha cambiado el pr donde creci en los 60-70. en aquel entonces sentia esperanza y animo de lucha. hoy dia veo las cosas igual, del otro lado del muro de los 50. (ya son 62). el animo de lucha sigue, pero la esperanza esta en intensivo

    Carlos A. Aviles- Gonzalez on

  • El asunto con quienes decimos llamarnos “progresistas” o concebimos el mundo de manera diferente es que no aceptamos el deterioro que implican 122 años de colonialismo, donde los seres no tienen valor si no generan productividad para las grandes transnacionales. El mundo que les queda o en el que se les asigna es un sub-mundo y ya siendo catalogados, ahí permanecen. de ahí en adelante, no hay quién, ni siquiera entre los llamados sectores progresistas quien extienda su mano para prestar ayuda a quien lo necesita. ya todo y nada nos espanta, si resquebraja nuestra zona de confort, porque finalmente analizamos y categorizamos desde nuestra zona de confort. si así somos los “avanzados” imaginen ¿qué importa al sistema que se nutre de este lumpen-proletariado creciente? ¡saludos!

    Myrtha R Santiago on

  • El asunto con quienes decimos llamarnos “progresistas” o concebimos el mundo de manera diferente es que no aceptamos el deterioro que implican 122 años de colonialismo, donde los seres no tienen valor si no generan productividad para las grandes transnacionales. El mundo que les queda o en el que se les asigna es un sub-mundo y ya siendo catalogados, ahí permanecen. de ahí en adelante, no hay quién, ni siquiera entre los llamados sectores progresistas quien extienda su mano para prestar ayuda a quien lo necesita. ya todo y nada nos espanta, si resquebraja nuestra zona de confort, porque finalmente analizamos y categorizamos desde nuestra zona de confort. si así somos los “avanzados” imaginen ¿qué importa al sistema que se nutre de este lumpen-proletariado creciente? ¡saludos!

    Myrtha R Santiago on

  • Cuando era niña mi viejo no tenía carro. El paseo de los domingos era coger la pisicorre en la esquina de la Avenida Santa Juanita hasta el casco de Bayamon. De allí otra pisicorre hasta la parada 18. La labra, los cines, pianos, pianos, pianos, algo así era el estribillo del anuncio. Santurce era limpio. El corazón donde los obreros compraban de todo. Recuerdo la plaza del mercado, tan distinta a hoy. Santurce se fue, como se fue mi viejo. Otro día le habló de mis viajes de domingo a río piedras, cuando mi viejoy yo íbamos a la matiné de los cines de Santurce.

    María de Lourdes Acevedo on

  • Gracias por compartir Silverio. Hace poco estuve con mi esposo en Atlanta y antes de llegar al hotel donde nos alojariamos, bajo un puente todos acurrucados casi encima de otros habian mas de 20. Me pado por la mente lo mismo que a ti. El mal olor de orín era insoportable y ver SUs MIRADAs perdidas. Me toco una luz roja justo al lado del puente, me estaba comiendo unos platanutres yo estaba manejando, no se de donde salio este indigente se me acerco a la ventana. Le di los platanutres y algo de $$$. Pero esa noche no nos atrevimos salir del hotel. Me pregunto " que hacen los politicos, son ciegos ? "

    Giselle Kranston on


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