Mi experiencia en La Residencia en 10 Impresiones
By Silverio Perez

La “Experiencia” en “La Residencia”
Yo no fui al concierto de Bad Bunny “No me quiero ir de aquí” como iría a un concierto de Joan Manuel Serrat, o de Danny Rivera, o de Juan Luis Guerra o Rubén Blades; a gozarme aquello que ya me conozco y que sé que ya me tocó la fibra más íntima de mis emociones. No.
Yo fui con todas las antenas activadas para tratar de entender este fenómeno que ha convertido a Benito Martínez, de Vega Baja, que hace unos años era un bagger en un supermercado, en un artista mundial que cruzó tranquilamente barreras culturales e idiomáticas en todo el planeta. Y sobre todo, en un artista que le dará a P.R. unos ingresos económicos con su Residencia que muchos políticos no le han dado en las décadas que llevan en el poder, viviendo de fondos públicos. Les comparto lo que viví en 10 impresiones.
Primera impresión. Al entrar al área externa del Choliseo (Coliseo José Miguel Agrelot, don Cholito, no lo olvidemos), unas tres horas antes de que el concierto comience, te topas con un ambiente que te hala emocionalmente pues te recuerda las fiestas patronales de tu pueblo, o las de la Calle San Sebastián, donde predominan elementos de nuestra cultura; desde el límber de coco, la pava, el sapo concho, la fritura, los sandwichitos de mezcla,el colmadito de la esquina, en fin, tantos elementos guardados en la memoria que forma tu identidad que, de inmediato, la energía cambia, y se experimenta un ambiente de familiaridad donde abundan las sonrisas y el trato amable. En mi caso, de inmediato me topé con puertorriqueños que venían de otras latitudes, principalmente emigrantes a los Estados Unidos, que me pedían con entusiasmo una foto, ya fuera porque les recordaba Los Gamma o Haciendo Punto, o porque, como me dijo una señora bastante mayor que andaba con su nieto: “yo lo sigo a usted desde que yo era una niña”.
Segunda impresión. Adentro del Coliseo, en cada piso, el ambiente identitario se eleva a otros niveles. Te puedes sacar una foto jugando billar o domino, o puedes comprar una pava, o una artesanía, o todas esas cosas que acentúan ese “de dónde vienes”, sin el cual se te dificulta el definir “a dónde vas”. De fondo, la música no era del reguetón “hasta abajo”, sino boleros, canciones típicas del ayer, que parecían querer prepararte para lo que venía.
De inmediato te das cuenta que la comunidad de asistentes que te rodea es muy variado, un señor mayor acompañado de su hija, dos parejitas jóvenes, boricuas del Bronx que hablan inglés entre sí pero cantaban todas las canciones, profesionales a los que la pinta de médicos y abogados se les nota a la menor provocación, en fin, una variedad de perfiles que, honestamente, no me esperaba.
Tercera impresión. El escenario se divide en dos partes: a la izquierda, la típica casita de cemento (semejante a aquella en la cual se desarrolló el fabuloso video de Debí Tomar Más Fotos donde Jacobo Morales se convirtió en la sensación del momento) con todos los detalles de balcón, persianas, escaleras al techo, un aire, recogedores de agua, y hasta un transfer switch, en fin, “la casita que tanto te prometí” de la canción Ahora seremos felices de Rafael Hernández ajustada a las necesidades modernas.
A la derecha una monumental montaña que representa El Yunque, aquel que Davilita sugería que sustituyera al cordero de nuestro escudo. A la derecha del Yunque, en su base, un maravilloso flamboyán florido “con flores coralinas te esperaba impaciente muchachita divina”, como el de la canción popular que luego re-interpretaron Willie Rosario y Tony Vega; a la izquierda de la base, unos escalones que dan a un platanal donde está las icónicas sillas del DTMF. ¿Qué irá a pasar en esas dos escenografías? La contestación la tienes a las 9:00 en punto, ni un minuto más. Ni un minuto menos.
Cuarta Impresión: primera parte del show. Un majestuoso ballet de bomba hace su entrada, con los barriles de bomba resonando con orgullo y maestría, de nuestra herencia africana, tomarán el primer plano de esa parte en la cual Benito cantará, sí, dije cantará, al nivel que requiere el bamboleo del momento. Pero también hay espacio para que en el tope de la montaña aparezca el cuatro puertorriqueño, en las manos del virtuoso José Eduardo Santana, y Benito cante con el solo acompañamiento del cuatro, y después lo haga, con un requinto de trío típico boricua en la sombra del flamboyán. Y no dijo más, para no ser el “spoiler” del que Yéssica me acusa ser, pero me llegó ese homenaje a nuestra raíces africanas y españolas representadas por los instrumentos y los bailes ejecutados con excelencia y maestría.
Quinta Impresión: segunda parte. Ocurre en la casita, y en el techo de la misma, donde es justo y necesario que se manifieste esa música urbana que dio origen al fenómeno de Bad Bunny. Ahí suelen aparecer los invitados especiales. Pero son los Pleneros de la Cresta los encargados de cerrar con broche de oro ese segmento. El cambio en el género musical, donde Bad Bunny se sentía como pez en el agua, y lo dio todo, me hizo pensar si la voz aguantaría la hora que faltaba. En esas dos primeras horas Benito fue dueño y señor de la escena, sin permitir que el ritmo del espectáculo bajara. Pero mi admiración y sorpresa subiría a otro nivel en la próxima hora.
Sexta Impresión: última hora. Me quedé sin aliento cuando del fondo de la falda de la montaña, como de la misma entraña de la tierra, fuera subiendo una mega orquesta, Los Sobrinos, que hizo homenaje a esa tradición boricua de la salsa. Con músicos sencillamente geniales, virtuosos en sus instrumentos, y donde Benito, vestido a la usanza de las famosas orquestas de la época, interpretó, con extraordinaria clave, las canciones que correspondían a ese cierre extraordinario del espectáculo. Yo no me sabía ni una sola canción completa, casi todos los que me rodeaban, tampoco, pero no era necesario pues el resto del Choliseo coreaba lo coreable sin ninguna inhibición.
Séptima impresión: Lo tecnológico del espectáculo. Es inevitable que después de 54 años en el mundo del espectáculo, los detalles de producción me llamaran poderosamente la atención. Es un show perfecto en todo lo que tiene que ver con luces, efectos y sonidos. Cuando un artista se faja para que su espectáculo sea lo más perfecto posible eso habla del respeto que le tiene al público que lo va a ver. No hubo un feedback de sonido, ni un micrófono que debía estar prendido y no lo estuvo. Y fueron decenas y decenas de personas las que usaron micrófonos. Las luces ni te lo puedes creer. Yo conté más de 20 spots lights que impecablemente seguían a Benito por donde quiera que se movía sin que cayeran sobre el camarógrafo que, como una sombra, lo seguía por los escenarios para tomas close up de él que se proyectaban en la pantalla gigante. Como si eso fuera poco, los asistentes fuimos parte de la iluminación del espectáculo cuando nos dimos cuenta que las camaritas colgadas en nuestro pecho prendían y apagaban, además de cambiar de colores, cuando el espectáculo así lo requería.
Octava impresión: El contenido. Me dan lástima los odiadores de Benito. El espectáculo es una total desmentida, tanto a predicadores que han llegado al absurdo de decir que es un espectáculo del diablo, como a políticos fracasados que no le perdonan el que él sea tan exitoso como lo es. Cuando le pregunté a mi esposa cuál era su primera impresión, cuando estábamos a punto de salir del Choliseo, me dijo algo que mejor no se puede decir: “La Residencia es una oda a lo que somos, es una reafirmación nacional sin estridencias, sin panfletos, ni promesas, es un homenaje a nuestra esencia a través de reconocer nuestros ancestros y nuestro pasado a través de historia y ritmos.” Sin lugar a duda. Y eso explica el odio de quienes viven de dividir al pueblo, de idiotizarlo, de fanatizarlo. Allí la gente fue a mirarse en el espejo de lo que somos. Allí no hubo nada, y repito, nada, anti algo. Allí predominó el pro: pro-P.R, pro-familia, pro-nacionalidad, pro-tradición, pro-música, pro-talentos, pro, pro, pro. Y eso le molesta a los que viven de la división de nuestro pueblo.
Novena Impresión: Benito canta, duélale a quien le duela. Que te guste o no su tonalidad es otra cosa. Pero esto de que “Benito no canta” es último refugio de los anti-Benito. Les pregunto: ¿qué es cantar? ¿El solo el tono de voz? Mi papá odiaba cómo cantaba Daniel Santos. ¿Cantar no implica también el poder interpretar diversidad de estilos desde la bomba, la plena, lo típico y el reguetón haciéndolo en la clave que cada estilo requiere? ¿Y qué me dices de saber usar la voz por tres horas sin parar, ya pasadas las 12 funciones? ¿Lo puedes hacer tú? ¿Puedes ir de una octava arriba a dos octavas más abajo en una sola canción sin desafinar, como en varias ocasiones hizo? Ah, es que usa auto-tune, alegan algunos agarrándose del último salvavidas que les queda en el mar de la detracción. Primero, la lista de cantantes famosos que usan en vivo auto-tune es como para vacunarse. Eso solo dice que tanto respetan al público que van a usar lo que tecnológicamente esté al alcance para dar lo mejor. Pregunto, (si nos ponemos más piki aún), ¿por qué entonces usar micrófonos, por qué ponerle eco al sonido cuando se hace un sound check, o subirle los bajos o destacar el treble? Aceptémoslo, Benito ha logrado un éxito que ninguno de sus detractores ha logrado y tal vez la envidia les corroa.
Décima impresión: Un hecho innegable es nuestra necesidad, la de los puertorriqueños, de reafirmar lo que somos. Eso tiene que ver con que por cinco siglos, 532 años, alguien desde el poder ha pretendido desnaturalizar lo que somos. Y por eso, cualquier cosa que nos recuerda lo que somos, lo apreciamos y lo abrazamos. Allí en el Choliseo yo no vi ni populares, ni independentistas, ni estadistas… vi un pueblo mirándose en el espejo de su identidad y regocijándose de ser lo que es. Ah, ¿que eso le puede molestar a un sector que necesita que no seamos quienes somos como ya lo expresaron en aquel famoso chat: “queremos un Puerto Rico sin puertorriqueños”? Pues… lo siento. Esa es la que hay, porque ¡ACHO, PR ES OTRA COSA!