Qué piensas de la guerra en Ucrania?
By Silverio Perez
Por Silverio Pérez
La guerra nos desnuda
Mi madre, que el pasado domingo llegó a los 97 años, me trajo al mundo cuando el hedor de la Segunda Guerra Mundial no se había disipado por completo. Desde pequeño crecí escuchándola decir que todas las guerras son malas, sobre todo en aquella tarde cuando al barrio trajeron en un ataúd cerrado a un familiar que había peleado en el conflicto de Corea. La escena se repitió en varias ocasiones.
Cuando salí a la vida, como estudiante en el Colegio de Mayagüez y luego como ingeniero, me contagié con el virus de la paz que recorría el mundo: la oposición a la guerra en Vietnam. De hecho, esa guerra determinó la dirección de mis comienzos en la música y abracé la canción protesta como la única arma de la que haría uso. Cuando me llamaron al servicio militar obligatorio tuve la gran satisfacción de negarme.
Se me ha hecho natural rechazar toda guerra pues me parece la negación de la naturaleza humana que debiera ser el amor, la convivencia colaborativa y la solidaridad. Utilizar la agresión física evidente o la presión hostil pero sofisticada, que pasa por debajo del radar de los medios de comunicación, me parece igual de condenable. Oponerse con vehemencia a la guerra cuando es iniciada por el bando opuesto al que entendemos como nuestro, pero buscar justificaciones cuando es ese bando nuestro el que agrede, me parece hipócrita.
La crisis de los misiles soviéticos en Cuba, en octubre de 1962, cuando la humanidad estuvo al borde de una guerra nuclear, me generó el mismo rechazo que ahora siento por la invasión rusa a Ucrania y el que sentí por la invasión de Estados Unidos a Afganistán en 2001 y luego a Irak en 2003, cuyos resultados demostraron que lo que mal comienza, mal termina.
La guerra no es un partido de fútbol donde siempre apoyamos al nuestro no importa qué. El maniqueísmo de los buenos versus los malos al que se adhieren los políticos y quienes les siguen en el juego geopolítico mundial es lo que impide la paz. Es momento de revisar nuestras creencias. ¿De veras rechazamos la agresión de un país a otro? Pues rechacémoslo siempre, cuando se hace de forma burda, como Rusia ahora contra Ucrania, o cuando se violan acuerdos, como aquel del “ni un centímetro más hacia el este” entre George Herbert Walker Bush y Mikhail Gorvachev sobre la movida de la OTAN a las cercanías de la aún existente Unión Soviética a cambio de la unificación de la Alemania del Este y la del Oeste. La veracidad de este acuerdo se ha puesto en tela de juicio por algunos, pero lo que es meridianamente cierto es que, desde esa conversación en 1990 y en particular desde 1997, la OTAN ha incorporado 14 países en las cercanías a Rusia.
Esa revisión de nuestras creencias ideológicas para que contribuyan a una verdadera cultura de paz debiera distanciarnos de la apabullante influencia que aún tenemos en nuestros discursos los hijos de la Guerra Fría. Si aquel Daniel Ortega que fue nuestro héroe liderando el Frente Sandinista ante la cruel dictadura de Anastasio Somoza se ha convertido, como gobernante, en uno más de los que utilizan el poder para perpetuarse acomodando a sus familiares en su círculo de poder y coartando libertades, seamos honestos y condenémoslo. Lo mismo con las diferencias que tengamos con la Venezuela de Maduro o con la Cuba post revolución que a tantos nos inspiró. Diferir no es desamar. Es justo también que se reconozca, sin sutilizas, la intromisión militar y clandestina de Estados Unidos en infinidad de países del mundo, incluyendo Latinoamérica.
Aprovechemos este momento histórico para sentar las bases de una conversación, seria y educada, sobre la guerra. No se trata de sanciones económicas para las gradas que solo llegan hasta que los intereses propios se afectan. Mucho menos de órdenes ejecutivas que podrían evitar que Juan del Pueblo se dé un vodka con china en el bar de la esquina. La guerra nos desnuda en nuestras verdaderas creencias.
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mensaje doloroso pero cierto.