Celeste Benítez me llevó a otra cancha
By Silverio Perez
Celeste me llevó a otra cancha
Eran cerca de las cuatro de la tarde de un caluroso día de otoño del 1983. Yo estaba esperando que una de las legendarias canchas de tenis del club de Baldrich se desocupara. En ella, estaba jugando intensamente una mujer alta, elegante, de impecable falda, blusa y tenis blancos, a la que conocía por los medios de comunicación: Celeste Benítez. Había sido secretaria de Instrucción Pública, corrió para la alcaldía de San Juan y gozaba de un gran respeto por su carrera académica y política.
Le sonreí tímidamente cuando terminó y, mientras se secaba el sudor, me preguntó si me interesaba escribir una columna semanal para el periódico El Reportero que ella dirigía. Quedé en una pieza. “Es que yo no soy escritor”, le dije, aún con el asombro estampado en el rostro. “Yo escuché que tú escribías el libreto de Los Rayos Gamma”, comenzó a elaborar su riposta, y continuó: “y si eso no es escribir que venga Dios y lo vea”. No supe que decir. Entonces procedió a cerrar magistralmente su argumento: “vengo de una familia que conocemos de escritores y tú eres uno, aunque no te hayas dado cuenta”.
Hay gente que ve en uno lo que uno no es capaz aún de ver. Le di el beneficio de la duda a Celeste Benítez y el miércoles 17 de agosto de 1983 comencé la columna ¡Ea Rayos! en El Reportero. Ese atrevimiento es responsable de que hoy me pueda llamar escritor sin sonrojarme. Celeste me metió en esto y jamás podré compensar esa semilla que ella sembró en mí. El Reportero fue una escuela en donde se formaron decenas de periodistas, hoy veteranos.
Celeste me enseñó otra cosa. En una ocasión satiricé, realmente me burlé, de la entrega de los Premios Aguaybaná y ella me llamó para decirme, con dolor reflejado en el rostro, que no me podía publicar la columna pues al dueño del periódico, don Pito Montes, le habían dado un Agueybaná y él no se sentía cómodo con mi sátira. La entendí, pero decidí renunciar en defensa de mi libertad de expresión. Ella de inmediato me dijo que no solo entendía mi decisión, sino que la admiraba. “A veces los directores de un periódico tenemos muchas más limitaciones que los que en él escriben”, me dijo con humildad. La abracé y la invité a almorzar a un prestigioso restaurante en Miramar. Cuando fui a pagar me di cuenta de que había dejado la cartera en el carro. Con una seguridad y elegancia impresionante le firmé la cuenta al mozo y salí a toda prisa escoltando a Celeste del restaurante. El mozo estaba confundido, no sabía que hacer. La llevé al periódico y regresé al restaurante lo más rápidamente que pude, avergonzado, a pagar la cuenta. Todavía el mozo tenía cara de ¿qué carajos pasó aquí?
Por bendiciones de la vida me he relacionado con la familia Benítez de diversas formas, siempre en el campo de la creatividad y la cultura. Margarita Benítez, ex directora de la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades es una persona a quien admiro y me precio de ser su amigo. A ella le confesé esta mañana esto que ahora les cuento. Gracias Celeste Benítez por ver en mí la capacidad de ejercer el oficio del cual hoy me siento tan orgulloso. Gracias por llevarme de la cancha de Baldrich a la de la escritura.
5 comments
Gracias Silverio por reconocer la grandeza de Celeste Benitez . Es normal de gente grande y brillante como tu! Descansa en paz querida Celeste. Siempre viviras en nuestro recuerdo.
ÓEs con mucha admiracion y respeto que escribo estas
lineas para reconocer a esta grande de puerto rico.
No importa cuan ocupada por sus multiples responsabilidades estuviera siempre tenia un momento para responder dar una opinion o ayudar a alguien. Lo puedo decir pues en varias ocaciones fui ese alguien y siempre actuo con el profesionalismo y la elegancia esperada.
Descansa en Paz,
Celeste Benitez, mision
cumplida
Excelente Silverio.
Grande entre grandes. El país necesita más mujeres y hombres como doña celeste.
Que bueno reconocerla! Descanse en paz Celeste Benitez